En una parte Freud habla sobre
que, si no había nadie más, algunos pacientes al entrar al consultorio dejaban abiertas las puertas que lo separaban de la sala de espera. Al notar esto, les pide de manera
firme que se regresen a cerrarlas, aunque no haya nadie que pueda escuchar. En ese momento explica al lector que este detalle tan
sencillo va más allá de ser un simple descuido o un rasgo de pedantería por
parte de él. En esa aparente nimiedad se vislumbra una actitud (que no voy a
explicar aquí) que perjudicaría el tratamiento.
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