29.9.10

Graciosas desgracias. O de cómo me convertí en reguetonero

Me disponía a dejarme el cabello largo, para abatir quizá el tedio de ver todos los días la misma imagen en el espejo o en las fotos. Ya llevaba más de tres meses y todo marchaba bien. Era tiempo, sin embargo, de dar un retoque.

Ya conocía ese lugar. Dos veces antes lo había visitado por: a) el precio, y b) el idioma, con ese orden de importancia. Además, estaba situado en el barrio latino, junto a un mercadito donde podría aprovechar y pasar comprar algunas cosas que me hacían falta.

Entro a la peluquería/salón y veo a dos tipos así, aunque sin gafas y con dos kilos menos de bling bling. Uno de ellos se acerca y balbucea algo a lo que no sé si responder en inglés o español. Finalmente digo:
—Hola, quiero cortarme el pelo. Pero sólo de aquí (señalo las patillas) y acá (ahora la nuca), un poquito.
— Siéntate acá.

Me señala la silla y extiende el paño con que impedirá que el cabello me caiga en la ropa. Mientras lo ajusta, me dice:

— Tons tú lo que quiere é'umbloaut.
— Mmm… Eehhh… sí, ajá, me lo estoy dejando crecer. Sólo quiero de acá y acá (de nuevo señalo).
Saca su máquina y me esquila la patilla izquierda. Pongo los ojos saltones al poder ver, todavía, mi reflejo enfrente de mí, y agrego un poco perturbado:

—Pero… No muy corto, por favor. No quiero que se vea la diferencia.
—Por eso, ¿lo que tú quiere é’umbloaut o no?
—Mmm, ¿un qué?
— (Risas) Pero chico, ¿cómo é’que tú dice’ que sí, si no sabe lo que é’umbloaut? Esto é’ un blow out.
—Ah, no sabía. Sí, mira, quiero que quede lo largo. Pero (señalo) que no se vea la diferencia entre esto y esto. (Él parece no poner atención. Al mismo tiempo, gira la silla y ya no tengo el espejo enfrente).
—Por eso, chico, ¿cómo e’que tú me diceh que sí si no sabe lo que é’umbloaut? Tranquilo, que no se va’vel na’.

Dice ya en un tono un poco agresivo, a lo que yo, para suavizar la situación, respondo,

— Pues es que te tengo confianza, hermano. (Risas nerviosas). Dale.
—Ta bien.

Dice con una velaridad en su “n” que me hace suponer su origen boricua. Mientras continúa con su trabajo, recuerdo que la vez anterior que visité ese lugar, un paisano suyo hizo un buen trabajo, cuidando en dejar unos ángulos tan precisos en las orillas de mi cabello como nunca antes había visto. También me doy cuenta que para ello tardó mucho tiempo. Ahora, este chico, parece hacer lo mismo, aunque con menos delicadeza. Mi mirada se fija en champús y fotografías de hombres con peinados con trazos cubistas. Pienso en qué habría pasado si la pasión de Picasso hubiera estado en el peine y la tijera. Veo cómo cae el cabello y comienzo a pensar en finales trágicos. ¿Qué pasaría si este hombre hiciera algo horrible? No, en más de veinte años de visitar estos lugares nunca ha sucedido algo así. Me tranquilizo. Sólo por un momento, porque veo caer más cabello, uno que otro rizo al que ya comenzaba a tomarle cariño. Sigo armando conclusiones catastróficas: le diría que eso no era lo que quería, le pediría hablar con su jefe, me marcharía sin pagar, llegaría a gritarle y enfrentarlo por su majadería, aunque él junto a sus otros tres compañeros estilistas se impondrían en número y en armas (las navajas de su lado), y la sangre encaramelando el cabello suelto en el piso. La nube de figuraciones se disipa cuando suena su voz:
—Mira, ¿qué tú piensa’?

Dice, al mismo tiempo que gira la silla para poder ver de nuevo el reflejo. Veo el flanco izquierdo. Precisamente, no se veía “na’”. Mi patilla había desaparecido hasta la altura de mi ceja. Ni la sombra del cabello en esa zona. Al ver eso, reacciono de una forma que a mí mismo me sorprende, gritando:
— NO, NO, NO. ¿QUÉ ES ESTO? ¡ASÍ NO ERA!
—Tú me pedihte umbloaut, ¿ah?
—No sé qué es un blow out.
—Esto eumbloaut…

Y así se extiende la pelea en la que yo demuestro notablemente mi disgusto y él, defiende su punto y siempre quiere tener la razón. Al discutir cada vez más airadamente, sus colegas comienzan a meterse en la discusión, dándole la razón a él.

—NO, NO, YO TE EXPLIQUÉ QUE SÓLO QUERÍA UN POCO DE ACÁ (PATILLAS) Y ACÁ (NUCA). ¡NUNCA TE DIJE QUE NO QUERÍA QUE QUITARAS TODO!
—Pues esto eumbloaut, chiiiico.

Blow out mis güevos, quería gritar, pero parte de mí ponía atención en que lo que empuñaba su mano fácilmente podía hacerme daño. No fuera a ser que la navaja se le escapara, así es que traté de calmarme y sólo le dije que terminara su trabajo.

Los siguientes diez minutos fueron eternos. Yo estaba emputadísimo por dentro y no sabía qué haría con el nuevo aspecto. También miles de “soluciones” se me ocurrieron para disimular el nuevo look en mi vida diaria y en las clases que enseño, sobre todo. Por fin terminó. Parecía como si me hubieran puesto una bacinica en la cabeza y me hubieran rapado lo que saliera de ahí. En esos minutos pensé en qué le diría. En ese mismo lapso, me di cuenta que gran parte de la culpa había sido mía. La asumí. Pendejo yo, por no explicarme bien. Pero también pendejo él por no tratar de encontrar una solución y —como acostumbran acá los gringos—, darle la razón al cliente. Pero al parecer en Puerto Rico sólo son gringos cuando les conviene.

Le pagué y le dije que asumía mi responsabilidad, pero que pensara en que ninguno de los clientes está obligado a saber los términos que ellos utilizan para referirse a los peinados. Que si él me había visto llegar de una forma, el cambio que él había hecho era radical y poco congruente. Y que le recomendaba que la próxima vez que tuviera que sugerir un peinado a algún cliente, lo explicara con más precisión, que eso serviría para dar un mejor servicio. Su mirada reflejaba que no entendía los términos en los que me expresaba o que poco le interesaban. Me di la vuelta y salí enojado.

Ha pasado ya un día. Ya superé la vergüenza de que mis alumnos y compañeros de trabajo me vieran así. Todos, muy amables. “No se ve tan mal…”, “lo bueno es que el pelo vuelve a crecer”, “profesor, ¿por qué no usa un marcador negro?”, fueron algunos de los comentarios.
Estoy sorprendido de cómo llegué a pensar que no me preocupaba tanto mi apariencia, hasta que pasó esto. Y soy sincero cuando digo que no es únicamente una cuestión de vanidad, sino de personalidad o identidad. Me veo al espejo y no me reconozco. También siento impotencia por no haber podido evitar esto comunicándome más explícitamente. Será toda una lección. Pero como dicen, es sólo pelo…

Ahora no sé cuál escoger para mi disfraz de halloween, si Eraserhead o el Maromero Páez.

24.9.10

El fin de la novela

pues resulta que siempre sí se casó esta muchacha con Fernando Colunga, y se acuerdan del viejito ese que se veía buena gente? ah, pus lo había matado la señora que no tenía un ojo, no fue un accidente, pero al final todo se supo y hasta fue a dar al bote.

9.9.10