Hoy por la mañana mientras pagaba mi café en el seven-eleven fui
asaltado con pistola en mano. Recurrentemente pensaba qué haría si me llegara a
encontrar envuelto en un suceso similar al venir a vivir a esta ciudad.
Infinidad de bosquejos asaltan el pensamiento al imaginarse en tal o cual situación.
Ahora con algo de tiempo para asimilar
lo sucedido, confirmo categóricamente que el ritmo de esta ciudad es
alucinante, trepidatorio, no existe tiempo para el respiro (si te apendejas te
chingan) pues llegando a la oficina – aún aturdido- me encontré rodeado por las demandas cotidianas. El día
se fue entre papeles y pendientes.
Por la tarde en el camión, recordé la sentencia del guardia de seguridad
en la oficina cuando le narré lo sucedido “bienvenido, has sido bautizado” lo
cual, me molestó un poco pues estaba calientito el asunto. Ahora, considero que
en efecto he recibido un derechazo de la gran Tenochtitlan y me siento no algo
sino bastante confundido. Más allá de estar irritado por la pérdida económica –que
me mueve el tapete por completo- , no logro sacar de mi memoria los gestos, la
actitud y forma tan profesional -por decir algo- de ese par de tipos que en un
lapso no mayor a dos minutos –eternos por cierto- vaciaron la caja
registradora, mi billetera y la de otros reunidos.
¿En qué nos hemos convertido? Bien pueden estar trabajando para ganarse
el sustento de forma honesta como lo hacen millones de personas en otras
latitudes. El facilismo a la menor provocación es moneda corriente en esta
aldea de caos. Más sin embargo, no deja de asomarse la idea de que son y se
convierten – sin justificar- en el producto de la situación actual de nuestro
país que es para debatirse y discutir
ampliamente a sabiendas de que estamos gobernados por ladrones con licencia
polaca. ¿Cuál es el verdadero canalla? Aquellos de las alturas arrebatando a
manos llenas de forma impune o estos de abajo-nosotros-nuestra gente siendo una
consecuencia. Sólo espero que este par si algún día llegasen a reflexionar sobre su actuar, se den cuenta
que también son parte de una familia, que alguien los espera al final del día y
sobre todo que son seres humanos con la capacidad física e intelectual como la
tuya o la mía para poder crear y salir adelante en este fango común llamado
cotidianidad. De lo contrario acabaran sepultados en vida dentro de una celda o de plano muertos sin ton ni son. En
fin, esta noche me quedo con la imagen grabada del tipo apuntándome acompasado
de su “órale pendejo saca la lana, la lana, rapidito cabrón”. Y sí, me siento
triste.