En “la chica del dragón tatuado”
hay una escena, casi al final, donde el investigador descubre al asesino tras
hallanar su casa. Éste llega y descubre afuera, tratando de escapar, a la persona
que se metió, y la invita a tomar una copa. Es una escena chida porque se siente
la incomodidad del que ha sido sorprendido y, a pesar de que ya tiene por
cierto que él es el asesino, no puede rehusar la invitación; y, no menos
importante, porque es creíble.
(A
quien diga que era para ocultar que había estado dentro de la casa, le recuerdo
que después precisamente el ojete se echa un discurso sobre cómo no rechazó
entrar a pesar de encaminarse a una muerte segura).
Siempre se nos dice que los
mexicanos somos bien agachones y penosos, pero si una escena como la anterior
se da en un país como Suecia, quiere decir que la pena se da en cualquier país y es un pinche estorbo,
pero los suecos no andan ahí pensando “somos bien chintos y no decimos que no
aunque nos vayan a matar”. En Estados Unidos también se da que uno saluda al entrar a un cuarto con personas y no contestan o se hacen pendejos.
Quizás deberíamos dejar de decirnos a nosotros mismos que
valemos verga.
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