Veo a las personas repetir
patrones y actuar instintivamente, pero, para desgracia de los carceleros, yo
pienso en el poder liberador de las ideas.
Las ideas sirven para construir,
para encontrar nuevas maneras de hacer o para completar algo. Para encontrar
una nueva ruta al trabajo, para ver desde otra perspectiva un problema o a una
persona, o darle forma a un proyecto, por ejemplo. Sé que se pueden hacer
bombas o hallar nuevas modos de joder al prójimo, pero yo hablo de edificar.
En compartir ideas valiosas hallo
una posibilidad para la emancipación del hombre. Tan sólo con decirle a una
persona o ‘no es necesario que te emputes, respira y deja que pase ese cafre’ (él
solo encontrará su destino, que no será más que a sí mismo) o ‘no es forzoso que
te deprimas si algo no ha resultado como querías’, parece poco pero es mucho,
es como desaparecer una montaña y franquear un camino. Es liberar y ofrecer una
nueva manera de pensar y de ser.
Y en una época en la que cada
persona tiene una opinión y todos quieren ser originales, las ideas se
defienden a sí mismas. Si no es el sentido común, el tiempo se encarga de
mostrar la calidad de éstas. Y más importante aún es que no sirve de nada
acumular interesantes o bellas ideas. Se trata de vivirlas.
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