Padre Pedro
Pantoja, la fe a prueba de zetas
Ayuda a los
desvalidos desde que era niño. Desde hace 45 años socorre a indocumentados,
pese a las amenazas de los narcos
Georgina Olson/ Enviada
SALTILLO, COAHUILA, 30 de octubre.— Pedro solía llegar a la primaria con
los pies descalzos. Era el menor de ocho hermanos y, a pesar del trabajo
incansable de sus padres, vivían una situación precaria. El mismo Pedro Pantoja
Arreola es el religioso que ahora va con su camioneta por los ejidos de
Saltillo recogiendo maíz y frijol para alimentar a cientos de inmigrantes en
Belén Casa del Migrante, albergue que está a sólo una calle de las vías del
tren.
Vestido con pantalón de mezclilla y botas, llega el padre Pantoja al
comedor de Belén Casa del Migrante. Lleva un morral de lana al hombro. Se
sienta con la espalda ligeramente encorvada. De joven, trabajando como obrero,
se lastimó la espalda y ahora al sentarse suele apoyarse en la rodilla.
Afuera, en la cancha de basquet del albergue, juega un grupo de
muchachos hondureños muy alegres: por primera vez desde que pisaron territorio
mexicano hace tres semanas, están en un lugar seguro, donde no los persiguen
los zetas, ni la policía.
El padre Pantoja, alto y fornido, de 66 años de edad, nació en el
pueblito de San Pedro del Gallo, Durango. Allí su padre era campesino, pero
cuando Pedro tenía sólo un año de edad la familia se mudó a la ciudad de
Parras, Coahuila, donde su padre consiguió un trabajo como velador.
Los domingos, el pequeño Pedro acompañaba a su madre, que iba a la
cárcel a dar de desayunar, comer y cenar a los presos, además de enseñarles a
leer y darles consejo, labor que le encomendaron los padres jesuitas y que ella
continuó durante 40 años. “Los reos respetaban y querían mucho a mi madre”,
recuerda Pantoja, pronunciando cada palabra con la misma seguridad con la que
defiende los derechos de los migrantes.
A los 11 años entró al seminario
De familia muy religiosa, Pedro tenía 11 años de edad cuando sus padres
lo llevaron al seminario jesuita. Siendo una orden con recursos muy limitados,
junto con otros cien niños y religiosos de la orden, construyeron con sus
propias manos las aulas y cuartos de ese seminario.
“En la mañana íbamos a clase y dejábamos las tardes para trabajar como
albañiles, el obispo mismo era el que movía el trompo y todos acarreando los
ladrillos y la mezcla”, dijo. La Navidad la pasaba en el seminario con sus
compañeros.
Como en Saltillo no había seminario mayor, a los 16 años los padres
jesuitas lo enviaron junto con sus compañeros al seminario de Montezuma, en
Nuevo México, Estados Unidos, donde realizó estudios superiores de teología y
filosofía. No tenía recursos para comprar los libros, así que empezó a trabajar
en las tardes como trailero.
“Junto con otros tres compañeros del seminario teníamos que llevar el
tráiler hasta Santa Fe, a unas minas de carbón para cargarlo y llevarlo de
regreso para abastecer a las casas, porque el sistema de calefacción era a base
de vapor. Con pala en mano cargábamos y descargábamos el tráiler”, recordó.
En invierno, cuando el agua del río se congelaba, Pedro y sus compañeros
seminaristas jugaban jockey. “Fui muy deportista y jugué de todo, beisbol y
basquetbol, que era mi deporte favorito”. Años más tarde, en 1974, ya ordenado
sacerdote, jugaba basquetbol en las ligas municipales de Coahuila.
En 1965 los religiosos le permitieron a un grupo de seminaristas
atravesar todo el estado de Arizona e ir a trabajar al Valle de la Muerte para
conocer en carne propia lo que era ser bracero: “Ahora sería un escándalo haber
hecho eso, que se permitiera despegarse y salir del seminario a una aventura
así”, señala.
Y se encontró con el legendario líder bracero César Chávez: “Conocí la
grandeza de un líder que marcó mi vida enormemente, un hombre con la bravura y
valentía de enfrentarse al sistema norteamericano, que era durísimo: muchas
veces tuvimos enfrente a la Border Patrol y las torretas de las policías de
Estados Unidos, casi como intentando darnos una golpiza”.
César Chávez tenía dos perros, uno se llamaba Huelga y
el otro Boicot. “Para mí Chávez es la auténtica revolución laboral
del siglo XX... le enseñó a los migrantes que sí tenían la fuerza para perder
el miedo y luchar por sus derechos. Una enseñanza que sigue siendo inmensamente
útil para el pueblo mexicano”, comentó.
En 1968, el joven Pedro regresó a México, trabajó un año y medio como
obrero metalúrgico y reunió dinero para ir a estudiar a Sudamérica. La
pesadísima labor física realizada en la fábrica metalúrgica, donde manipulaba
una olla gigante de acero fundido con un peso de 100 kilos, le lastimó
terriblemente la espalda. Hace cuatro años tuvieron que operarlo y ahora tiene
cuatro vértebras de titanio.
En 1969 viajó a Ecuador para estudiar en un instituto teológico social,
en la época del surgimiento de la Teología de la Liberación. Era un momento en
el que Sudamérica estaba plagada de dictaduras: en Brasil, Paraguay y Bolivia
los militares estaban en el poder.
Y estando en Ecuador en 1970, el presidente José María Velasco Ibarra dio
un golpe de Estado, “y allí vamos todos a una revuelta con los estudiantes, de
tal modo que tuve que salir a escondidas de Ecuador, ayudado por la embajada
mexicana. Me sacó el cónsul de México en Ecuador en su coche. Él era de Parras,
Coahuila, y nos ayudó a otros compañeros y a mí”, recordó. En 1972, ya en
México, se ordenó sacerdote.
En 1974, el padre Pantoja se unió a los obreros de las fábricas Cinsa y
Cifunsa en Saltillo, Coahuila, que recibían unos salarios bajísimos y estaban
pidiendo mejoras en las condiciones de trabajo, y durante la administración del
ex presidente Carlos Salinas el religioso apoyó a cientos de familias de
mineros que se quedaron sin empleo cuando Altos Hornos de México fue
privatizado.
En 1992 funda el albergue Emaús
A causa del cierre de Altos Hornos de México, las minas de la región
quedaron operando al 10 por ciento de su capacidad, y miles de esos
trabajadores fueron empujados a una migración forzada.
“Me fui con ellos a Ciudad Acuña, a trabajar con los migrantes en los
hacinamientos urbanos y a crear el primer proyecto de Migrantes Frontera y
Dignidad. La primera casa de migrantes se llamó Emaús. Era sobre todo para
deportados o migrantes desalentados que ya habían sido arrojados de Estados
Unidos, pero que querían cruzar de nuevo. Allí, junto al Río Bravo, creamos la
casa”, comentó.
Después de diez años trabajando con migrantes, en 2002 los jesuitas le
pidieron al padre Pantoja que se trasladara a Saltillo, Coahuila, a apoyar a
dos religiosas que habían inaugurado un albergue allí. Algo grave estaba
pasando con los inmigrantes centroamericanos.
“Se empezaron a dar muchísimos secuestros de migrantes centroamericanos
por parte de la policía: los robos, despojos y golpizas aumentaron. Belén Casa
del Migrante era una especie de hospital al principio, por los golpeados, por
las mujeres mutiladas por escaparse de una violación de los guardias en el
tren”, recordó el padre con el ceño fruncido.
“Casi nos dedicábamos exclusivamente a salvar la vida y a curar a los
enfermos, a conseguir prótesis, sobre todo de piernas y pies.”
Nuevo tipo de secuestro
Pero alrededor de 2005 empezaron a llegar al albergue inmigrantes que
habían sido secuestrados, pero ya no por la policía como al principio de la
década, sino por Los Zetas y otros grupos de delincuentes, y
el trato que recibían era aún más cruel.
Desde entonces los relatos de los secuestrados han sido terribles. Los
migrantes empezaron a narrar que los bajaban del tren a golpes y los subían a
camionetas, muchas de ellas blindadas. Los trasladaban a casas donde había
desde 50 hasta más de 200 personas secuestradas. Los criminales obtenían los
números de teléfono de sus familiares a golpes, palazos o quemaduras de
cigarro, y después extorsionaban a las familias.
Al hablar con directores de otros albergues de inmigrantes del país (en
total hay 52 casas en todo México), el padre Pantoja se percató de que el
fenómeno crecía rápidamente y él y su equipo de trabajo empezaron a llevar un
registro meticuloso de los casos que les llegaban.
En 2008 compartieron su registro con la Comisión Nacional de Derechos
Humanos (CNDH), que después de hacer una investigación de campo dio a conocer
que de septiembre de 2008 a febrero de 2009 más de 9 mil 700 inmigrantes
centroamericanos habían sido secuestrados en México. La Secretaría de
Gobernación puso en duda la cifra. La CNDH se sostuvo en el resultado de su
investigación.
Tras la presentación del informe de la CNDH, en marzo de 2009 un grupo
de defensores de derechos humanos y directores de albergues se reunieron con
representantes de Gobernación, de la Secretaría de Relaciones Exteriores y del
Instituto Nacional de Migración (Inami): “La respuesta de las autoridades fue que
‘no iban preparados para respondernos’. Fueron a hacer el ridículo”, señaló.
Ese mismo año, Pantoja y el grupo de defensores de derechos humanos
estuvieron en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en
Washington y expusieron el riesgo que corrían los inmigrantes centroamericanos
en México.
También le advirtieron a funcionarios del gobierno mexicano de la
urgencia de actuar al respecto, pero los ignoraron. Después, en agosto de 2010
ocurrió la masacre de 72 inmigrantes centroamericanos, en San Fernando,
Tamaulipas.
“Para nosotros ha sido el dolor más grande. Todo mi equipo lloró mucho,
porque aunque sabíamos que cosas como ésas iban a suceder, no nos imaginábamos
que llegara en una forma tan despidada”, comentó.
La masacre de San Fernando es para el padre Pantoja un cambio de
paradigma en la migración, es el inicio “de la migración sin futuro. El Estado
no va a poder saldar esa deuda de tanto crimen, de tanto dolor. Nunca va a
encontrar a los autores, siempre presentará chivos expiatorios de muy bajo
nivel, porque el Estado no quiere investigar, porque está implicado”, dijo
categórico.
El religioso y su equipo de colaboradores han recibido múltiples
amenazas telefónicas, e incluso Los Zetas han llegado a
buscarlo varias veces al cuartito donde vive en la Iglesia de la Santa Cruz, a
una calle del albergue, pero no lo han encontrado. Él sigue adelante. Cuando
era niño pasaba la Navidad con sus compañeros del seminario, ahora pasa la
Navidad en compañía de los migrantes y de su equipo de trabajo. Ellos son su
familia.
Estudios
El padre Pedro Pantoja comenzó sus estudios con los jesuitas.
- Cursó la licenciatura en Psicología en la Universidad de Coahuila.
- Obtuvo la maestría en Ciencias Sociales en la UNAM con una beca del
Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt).
- Cursó un posgrado en Ciencias Sociales en la Universidad de Nanterre,
en París, donde fue discípulo del filósofo francés Michel Foucault, en los años
1981 y 1982. Realizó ese estudio becado por el Conacyt.