A veces he sentido ganas de tirarme, de dejar que la vida pase encima de mí y me ahogue, como si un hombre cayera a un río y entendiera, “bien, vida, puedo sentir tus brazos y manos fuertes en mi cuello, mis intentos no se comparan con la fuerza de tu curso, tu trote es demasiado para mi aliento”,
y uno aceptara acostarse en el lecho.
Sin embargo, no sé qué ha pasado, no tengo claro si no he sido honesto y, sin darme cuenta, aprovechara para tomar aire antes de irme al fondo. El caso es que no he podido morir ahogado. Algunas veces era solo un desbordamiento que había escapado de una presa, otras, podía agarrarme de una piedra, alguien pasaba, o por fin llegaba a un meandro y podía tocar tierra. El caso es que no me he muerto a pesar de que he sentido que no puedo más.
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