Carlota Tazio fue una de las primeras feministas. Nació en Córcega, Italia, en 1834. fue hija del destacado pintor Nicola Tazio. Desde muy chica mostró gran habilidad para la música, sin embargo, se inclinaba más por la pintura. Su padre se oponía a que su hija siguiera esta carrera, pero no era fácil doblegar su voluntad y, cuando cumplió veinte años, partió rumbo a Nápoles con la intención de ingresar en academia de pintura de la ciudad. Logró ingresar sin ser considerada una alumna destacada o particular, más que su trabajo, eran proverbiales su carácter y desplantes. Ya en su época de estudiante frecuentaba las tabernas a las que asistían los estudiantes y toda la vida bohemia. En una de esas veladas fue donde obtuvo la cicatriz del cuello: en una discusión sobre pintura a ella no le parecían los puntos de vista de su interlocutor, por lo que se levantó de la mesa y salió por la puerta trasera. Al cabo de un rato regreso con la mano llena de excrementos que aventó a la cara del sujeto. Éste lanzó una cuchillada dirigida a la garganta, pero sólo alcanzó a cortar del lado izquierdo. Todos los circunstantes recuerdan la cara sorprendida de ella.
La artista nunca perdió de vista sus objetivos, cuando hubo salido de la academia casó con un comerciante: “decidí darle utilidad a la vida de esa maldita sanguijuela, manteniéndome”, decía con frecuencia. El esposo se dedicaba a la casa mientras ella se dedicaba a pintar y promocionar su arte o, sencillamente, desaparecer por días. Marco, que así se llamaba el marido, no aguantó mucho esta vida y se pegó un tiro.
Durante una exposición en París uno de sus cuadros fue criticado por Baudelaire, “¿cómo habrán hecho para acomodarle unos pinceles en las pezuñas a esa vaca?, es la hermana de George Sand en la pintura”; ella dijo que no había que hacer mucho caso a un poetastro ignorado y viejo que sólo causaba lástima en los salones y calles de París.
Carlota Tazio murió en 1880. Su importancia radica en la lucha que emprendió para que la mujer pudiera penetrar en el ambiente de la pintura, un espacio reservado para los hombres, tanto en la academia como afuera de ella.
Su rostro llevaba las marcas de una vida agitada y dura por las barreras que tuvo que enfrentar. En su lecho de muerte, por fin, lucía un rostro calmado. Cuando su padre contempló su semblante decidió pintarla. Le puso bigotes, barba, le pintó colmillos como saliendo de los labios y en la frente escribió “la pintura no es para viejas”.
3 comentarios:
Te faltó discurrir brevemente sobre alguno de sus cuadros. Recuerdo, por ejemplo, el Bodegón con un jarrón con flores con bigote, sombrero de copa y flor en la solapa, tampoco se le daban los títulos. Según la oyeron comentar, con esta pintura pretendía regresar la fuerza a la feminidad, incluyendo un elemento masculino (los bigotes) y, a la vez, era una declaración de que las mujeres pueden ser más hombres que los hombres, y más elegantes. La flor en la solapa de la flor me parece que es ya un exceso, pero para ella simbolizaba que la mujer puede ser hombre, pero sin dejar de ser mujer.
puts, perfecto, hasta que doy con otro conocedor de su obra. lo que traté, más que nada, era rescatar del olvido a esta artista de la lucha, del pancracio, que le llaman.
y en efecto,tu análisis es muy acertado (se nota que coleccionabas las cajitas de fósforos con leyenda).
Te caché cuando narras: "en una discusión sobre pintura a ella no le parecían los puntos de vista de su interlocutor". Te proyectas cabrón, jaja.
El final está perfecto y también, muy tú. Chale, me sentí medio choto escribiendo "muy tú".
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